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10/05/2018

Vanessa Montfort y la «segunda revolución femenina»

Por Pablo Steinmann | Catalana y escritora prolífica, con su última novela se metió de lleno en el universo femenino. En esta nota habla de esa experiencia y del mundo de mandatos, etiquetas y revoluciones culturales que rodea a la mujer de hoy.

Contesta desde Madrid, con voz suave pero decidida, dispuesta avanzar en muchos de los temas que la han surcado como escritora. En Buenos Aires, acaba de publicar su novela más exitosa: Mujeres que compran flores, una historia sobre un grupo variopinto de mujeres y amigas que “deciden pegar el volantazo y buscar la verdadera independencia emocional en sus vidas”, según ella misma define antes de completar: “Intenté que sea una novela luminosa, llena de esperanza y de algo muy importante: la complicidad femenina. Constantemente nos han dicho que somos nuestras peores enemigas y rivales. Y yo estoy convencida de que no es así. Y que es muy divertido e interesante bucear en esa fraternidad femenina, en la sisterhood como la llaman los sajones”.

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-¿Te encontraste seguido con la etiqueta de “literatura femenina” a partir esta novela?
-Sí, fue muy habitual a decir verdad. Y al día de hoy me sigue sorprendiendo que me pregunten si mi libro es “para mujeres”. Es un sesgo un poco irritante, sobre todo porque se lo suele usar para decir que tal novela es más plana, sencilla o superficial. Y tiene que ver más con quien escribe que con quien encarna las historias. Cuando un hombre escribe sobre personajes femeninos enseguida le dicen que se ha animado a una gran historia de introspección sobre el mundo de la mujer… (ríe). A nadie se le ocurriría decir que Madame Bovary es literatura femenina, ¿o sí? Pero más allá de todo esto, lo cierto es que esta es la primera vez que me meto tanto en el universo femenino. No es que no me interesaba, pero siempre he escrito por boca de hombres y ahora me apetecía hacerlo a través del mundo de estas mujeres. Los que me conocen saben que cada libro lo escribo de un modo distinto. Tengo cuatro novelas y doce obras de teatro, y todas son muy diferentes entre sí. Es casi imposible clasificarme. Salto de un lado a otro sin parar. Si pudiese, escribiría hasta los prospectos de los antibióticos… (vuelve a reír).

-¿Te interesa esa movilidad constante?
-Sí. Y me sucede también como lectora. Los autores que más me interesan, desde Anthony Burgess a Rosa Montero, tienen esa cualidad, no sabes bien con qué estilo de novela te van a salir. Por supuesto, creo que también uno va forjando un estilo, una especie de continuidad que en mi caso creo que va por la forma de crear y explorar los personajes. Y en la búsqueda de la emoción. Para mí eso es lo más importante. Si no consigo emocionar, perdí.

«La sociedad no ha cambiado al ritmo de lo que lo ha hecho la mujer. Y le cuesta hacerla feliz. Por eso hablo siempre de un software nuevo en un hardware antiguo”.

-Varias veces te leí hablar de que estamos “ante una segunda revolución femenina que no es feminista”. ¿Podrías explicar ese concepto?
-Lo dije hace varios años, cuando aún no había aparecido el #MeToo ni nada por el estilo. Muchos me miraban como extrañados cuando lo decía pero lo cierto es que lo veía muy claro, hablando con mujeres de todo tipo, incluso de diferentes países, ya que he tenido la suerte de viajar mucho gracias a mis libros. Había un discurso muy claro entre las mujeres de entre 30 y 40 años de agotamiento, de stress mental, de estar corriendo detrás de nuestras propias vidas. Muchas veces lo escuchaba bajo el rótulo de “Nos han engañado con la revolución feminista”.

-¿Pensás que fue así?
-No, creo que nuestra generación forma parte de una transición, de una nueva mujer que ha nacido con derechos en el papel, ganados por nuestras antecesoras, que no son fáciles de llevar a la realidad. A nosotras nos tocó esa tarea, llevar a la realidad una idea de mujer total, que cumple a la perfección con la vida familiar y la carrera profesional. La sociedad no ha cambiado al ritmo de lo que sí lo ha hecho la mujer. Y le cuesta hacerla feliz. O satisfacerla. Por eso hablo siempre de un software nuevo en un hardware antiguo.

-¿Te persigue ese fantasma o mandato, el de ser la “mujer perfecta”?
-Sí, claro que me persigue. Pero cuando aparece, voy y escribo un libro… (ríe). Hablando en serio, creo que todas tenemos ese mandato de ser la mejor madre, la mejor hija, la mejor esposa, la mejor profesional… No me parece que sea por ego sino por lo mismo que te decía antes, porque mi generación de mujeres siente una especie deuda con los derechos que nos han dado. El mensaje sería: “Ahora tienes un mundo nuevo ante ti, tienes que ser la mejor en ese mundo”. Y no, hay que amigarse con la imperfección.

-¿Te definirías vos como feminista?
-Sí, claro. Sobre todo si el feminismo sigue siendo eso, luchar por la igualdad. Y a la vez creo que tenemos que abrazar un discurso nuevo. El discurso agresivo, vengativo, que apunta con el dedo al hombre como si tuvieran una enorme deuda con nosotras por tanto sufrimiento infringido, me parece estéril. No lleva a ningún lado. Hay que avanzar en la complicidad de los sexos. Creo que ese es el camino.

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