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15/12/2018

Nuestro Hombre

Juan Gil Navarro: “Me amigué con la idea del ridículo”

Por Pablo Steinmann | Siempre frontal y reflexivo, habla de cómo se reconcilió con su personaje de 100 días para enamorarse y de las claves de un éxito que lo ayudó, además, a supera la muerte de su padre y el divorcio.

Menos de veinticuatro horas tardó Juan Gil en cortarse el pelo luego de terminadas las grabaciones de 100 días para enamorarse, la exitosa tira de Telefe que tendrá su esperado final el próximo miércoles 12. “Me dirán coqueto, pero no soportaba el corte de mi personaje”, asegura, sonrisa de por medio. Se lo nota relajado y feliz, luego de un nuevo año de interpretar a Javier, un ingeniero con ínfulas de bígamo (que colaboró a su modo en poner de moda al “poliamor”) y bastante disparatado. “Al principio me costó muchísimo encontrarle el tono, sentía que hacía una especie de sketch y eso me resultaba muy raro. Y ahí nomás apareció Luciano (Castro), que me dijo: ‘relajate, tomate el pelo’ y también Jorgelina (Aruzzi, una de sus dos mujeres en la tira), que me prestó apenas un pincel y dos colores de su enorme paleta actoral y me animé. Ella es una bestia, una superdotada de la comedia. Gracias a ellos, y a toda la historia, me terminé amigando con la idea del ridículo. Y la pasé genial”, asegura. -Muchos han hablado del clima de camaradería en el elenco.

-¿Creés que eso ayudó al éxito de la tira?
-Totalmente. Y ahí también jugó el azar, un elemento que la gente suele dejar de lado pero que a mí me resulta cada vez más determinante. Sobre todo en este país. Fue de una enorme fortuna lo que se armó entre todo el elenco. Yo lo presentí el primer día de trabajo. Me acuerdo que teníamos que grabar una cena de reencuentro en Puerto Madero y estábamos todos muriéndonos de frío. Literal. Y era una escena larga, por lo que nos compramos unas botellas de whisky y nos dedicamos a tomar y grabar. Fue genial. Todos nos terminamos abriendo de una manera increíble. Yo me encontré contando intimidades que jamás hubiese contado si no fuese porque otros habían compartido antes historias similares.
Se armó una camaradería única.

-¿Y eso no tiñó de tristeza la hora del final?
-Sí, yo vi gente muy triste en la despedida. A mí no me sucedió tanto, no porque sea un insensible pero ya son muchos años de vivir este tipo de finales y por otro lado, la verdad es que sigo siendo un culo
inquieto. Me gusta que las cosas tengan su conclusión y mover hacia otro lado. Me siento preso de lo que dura mucho tiempo. Por eso mismo, creo que hubiese sido un error lo de una segunda temporada.
Si fuese un pequeño spin off, una miniserie o película a modo de bonus track sí, pero otro año entero, no. Terminaríamos cansando a la gente.

-En lo personal, también cerrás un año particular tras la muerte de tu padre y tu divorcio de Natalia Litvack, tras 12 años de matrimonio…
-Así es. Y en ese sentido lo que sucedió con la serie también fue muy importante. Me ayudó a poder llevar esos dos duelos con una mayor templanza.
-¿La separación fue un buenos términos?
-Sí. Fue un proceso largo, que arrancó hace un par de años, concretamente a partir de dos discusiones en las que nos dimos cuenta de que las formas ya no eran los de antes. Y ahí ambos reaccionamos, “¿qué nos pasa?”, nos preguntamos. Después de mucha terapia de pareja, de tomarnos tiempo e incluso de distanciarnos un rato lo que terminamos poniendo en la mesa fue:
“si nos queremos, tenemos que querer lo mejor para ambos”. No nos separamos por terceros, sino que tuvo que ver con otras cosas, con concesiones que hacíamos por miedo a que el otro nos dejara, o se desenamorara o desencantara. Y que ya no queríamos hacer más. Pero no lo veo como un fracaso, para nada. Yo ya pasé por dos divorcios (N de la R: a los veinticinco se casó con una chica rosarina, muy alejada del medio) y a ninguno lo viví como un fracaso.-

-¿No creés que empezó a pesar lo que mencionaste: “me siento preso de lo que dura mucho tiempo”?
-Sí. De hecho hoy no sabría contestar la pregunta de por qué me casé. ¿A quién quería contentar? Ojo, no es que ellas me lo pidieron o sugirieron y yo reaccioné. Al contrario, yo me mandé solo en ambos casos,me hice el guapo y el romántico. Quizá pensaba que así aportaba algún tipo de seguridad, no lo sé… Mis viejos se divorciaron cuando yo tenía 3 años y quizá en algún lugar mío estaba esta cosa de querer volver a unir algo. O de diferenciarme, no lo sé. Ya seguiré
hablando de esto en terapia… (risas).

-Y hablando de temas de terapia, ¿cómo te llevás con
el tan mentado “poliamor”?
-Me parece una gansada. Me gustan las buenas ideas con marketing, pero no el invento pelado. Y siento que eso es el poliamor, una excusa vacía para tener de qué hablar en los programas de chimentos, en los casamientos y en los cumpleaños… Es más, en el fondo creo que hoy la gente coge poco y mal y que por eso elegimos hablar tanto de sexo, para tapar un poco esa necesidad. ¿Si no, qué importancia puede tener lo que cada uno hace en su cama?

-¿Qué tal te resulta por ahora la soltería a los 45?
-Y… a esta edad es diferente, complicada, desconcertante, todo eso junto… (sonríe). Yo nunca fui un canchero a la hora del chamuyo, más bien todo lo contrario. Las veces que avancé fueron porque tenía determinadas pistas para hacerlo. En este tiempo descubrí que las chicas de hoy van mucho más hacia delante, con mayor seguridad y aplomo y eso me obligó a aggiornarme. Siento que hoy empecé a hablar más claro, a decir más rápido lo que quiero. Que no tiene que ver simplemente con terminar juntos en una cama, para nada. Se trata de algo más sutil y profundo, creo que me estoy animando a sacarme más el almidón, a contagiarme de esa libertad que traen las mujeres de hoy. –

 

¡Vacaciones!

Ya lo tiene decidido, después de las fiestas Juan partirá al sur argentino, para recorrerlo a “gusto y piacere”. “Mi idea es combinar carpa y bolsa de dormir con algún que otro hotelito lindo, sobre todo después de varios días de oler a mono muerto… “, revela con una sonrisa. En principio partirá solo, algo que lejos de amedrentarlo, lo entusiasma. “Me divierte mucho la dinámica de salir a pasear o de sentarme solo en una mesa a comer, a tomar algo o a simplemente mirar. Te diría que las mejores cosas me han pasado solo, ya sea porque conocí a alguien o porque me metí a full con la escritura, una compañía que también descubrí en este tiempo y que me tiene más que feliz”, sentencia.

 

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