Si tuviera que irse a una isla sería feliz comiendo pan casero y queso. Y también es lo que más le gusta cocinar a Pablo Abramovsky, chef y dueño de Paladar, un restaurante a puertas cerradas en Villa Crespo. Seguramente esta debilidad está influenciada por sus inicios, cuando a los 16 trabajó en una panadería. Fueron sus primeras armas gastronómicas.
Luego se fue a Israel y allá ingresó a las Fuerzas Armadas: “Entré al ejército israelí. Y había algo que me conmovía: cuando volvíamos de hacer campaña, lloviese o tronara, siempre había comida caliente. Ahí me di cuenta de la importancia de tener un buen plato después de caminar tantos kilómetros.” Una costumbre muy arraigada entre los soldados es juntar dinero para viajar. Con ese cometido ingresó a trabajar en el restaurante Io Ezer de Yaffo, la ciudad vieja de Tel Aviv: “No tenía conocimiento de nada salvo panadería. Al principio me quería matar y pensaba que incluso era mejor estar saltando todo el día en el ejército y no pelando papas y langostinos. Después le tomé el gusto,” cuenta.
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