«Estoy viejo, mañoso y gruñón. Soy un poco amargo. Lo he tratado con mi analista; conocí la terapia recién a los 40 años. Fue una buena experiencia, pero me duró poco. Me di de alta. Hoy tengo mañas domésticas que son de las que terminan siendo existenciales. He recuperado microespacios masculinos, bastiones que no se entregan fácilmente. No se quién me dará la pastillita a los 70».
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