“Cada vez que le hacía un favor, medianamente importante, a alguien le daba un palito de helado con mi nombre y le pedía que haga lo mismo con otra persona, agregándole su propio nombre. Uno de los últimos palitos lo entregué en Córdoba capital. Me topé con una señora que había perdido su micro a Traslasierra y ahí nomás le dije: ‘te llevo’. Y así fue, previa autorización de su marido, claro”.
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