“Los primeros años de crianza de los hijos fueron duros. Desde lo emocional y también desde lo organizativo. Recuerdo que cuando nació el tercero, Dante, hoy de 7, tuve la extraña sensación de que ya no podía volver a salir de casa. Era una mezcla de culpa y amor muy fuerte, llegaba a la puerta de entrada, escuchaba su llanto y decía, “no, me quedo”. Fue una etapa de hecho en la que pisé bastante el freno y me dediqué mucho a ellos. Y fue una gran decisión”.
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