«Las salidas de los colegios me enloquecen”, lanza Fabián y cualquier desprevenido (o víctima de la descontextualización) podría entender la frase de la manera exactamente opuesta de cómo fue dicha. “Los chicos salen transformados del colegio, transpirados, cansados, distintos…. Y lo hacen siempre con esa cara de felicidad que emociona, que encima se ilumina el doble cuando ven que alguien los está esperando. Para mí es realmente uno de los momentos más mágicos del día”, sentencia este actor y papá por tres (“casi cuatro,” agrega él, refiriéndose a Benicio, el hijo mayor de su actual mujer Paula Morales). A él se suman entonces Cielo (8) y Vida (7), las niñas que adoptó junto a su ex, Inés Estévez, y Valentino, el pequeño que tuvo hace dos años y medio junto a Paula. “Nuestro increíble Hulk”, acota Fabián y deja escapar otra de sus tímidas sonrisas. Tierno y reflexivo, el actor mantiene hace ya más de 25 años un apasionado vínculo con su profesión. Hizo realmente de todo y siempre fue por más. En el último tiempo, de hecho, pasó de vestirse de mujer para Casa Valentina (obra de José María Muscari que aún continúa de gira durante ciertos fines de semana) a estrenar un clásico como Edipo Rey (versión de Jorge Vitti, en El Centro Cultural de la Cooperación) o un musical como Quién retiene a quién (Teatro Metropolitan), donde incluso se anima cantar por primera vez sobre un escenario. Y todo eso junto a otra feliz novedad: la de su flamante escuela de teatro, que lleva su propio nombre y funciona todos los días en el Teatro El Damero, en el barrio de Balvanera.
-Decías recién que siempre te habías negado a la docencia, ¿por qué?
-Sentía que me iba a restar energía y tiempo a mi formación como actor. Pero descubrí que es exactamente al revés. Todo lo que hago en mis clases repercute en las obras y proyectos en los que trabajo. La docencia no sólo modificó mi relación con la profesión, la profundizó. Cuando terminé mi primera clase no podía hablar de la emoción que tenía. Hay algo de entrega e intimidad en una clase de teatro que no se puede explicar con palabras.
-¿Ves ese mismo compromiso con la profesión en tus alumnos? ¿No te encontraste con esa idea de “quiero ser actor para ser famoso”?
-Quizá he tenido suerte, no lo sé, pero sólo tengo palabras de agradecimiento con los tres grupos que me han tocado. Yo siempre les digo: “La actuación es una de las actividades más terapéuticas del ser humano”. Y eso se disfruta siempre.
-El musical Quién retiene a quién habla bastante de la muerte. ¿Pensás en esa idea?
-No. Será mi impunidad leonina, pero no es algo que hoy tenga en la cabeza. Me siento lleno de energía y me encanta ir para adelante, siempre. En el trabajo y también en la vida.
“Cielo y Vida son dos auténticas guerreras, que se sobrepusieron a golpes durísimos. Cada vez que veo en ellas una evolución, por más pequeña que sea, me llena de emoción y admiración. Son un tremendo ejemplo”.
-¿Sos un tipo de fe?
-Sí, por supuesto. “Fe y sentido de la verdad” es una bolilla de (Konstantín) Stanislavski, así que imaginate lo incorporado que lo tengo. Si en esta profesión no creés en todo lo que no ves, es muy difícil que te subas a un escenario. El teatro es la cumbre de lo no tangible. De chico fui monaguillo pero porque me gustaba mucho una chica de la iglesia… (ríe). Digamos que con el tiempo fui encontrando mi propia espiritualidad, que no es religiosa y mucho menos dogmática.
-¿No te quita demasiado tiempo de tu vida personal el hecho de estar en tres obras (y preparando una cuarta)?
-Mirá, hace rato que la familia pasó a ser lo más importante en mi vida y cuando llegan estas etapas de mucho trabajo, lo cierto es que sufro bastante mis ausencias. Pero sé que son momentos, en los que miro a los chicos a los ojos y les digo: “Aguanten que papá ya vuelve”. Gozo además de un fundamental apoyo de mi mujer, en todo sentido.
-En sus redes y también en sus últimos reportajes Inés Estévez habló bastante de cómo fue el proceso de adopción de Cielo y Vida y de los problemas madurativos que padecen ambas. Es una historia que realmente emocionó a muchos…
-Yo siempre digo que son los hijos lo que eligen a los padres y en una adopción eso es más tangible que nunca. Cuando aparecieron mis hijas me cambiaron por completo. La conexión con ese amor fue algo muy profundo. Respecto de sus limitaciones, la verdad es que yo preferiría hablar primero de las mías y enfocarme en todo caso en sus fortalezas, que son muchas. Cielo y Vida son dos nenas hermosas, amorosas, que están integradas a sus familias en absoluto amor y que están contenidas por sus colegios, sus terapeutas… Yo las admiro profundamente. Son dos auténticas guerreras de la vida, que se sobrepusieron a golpes durísimos. Cada vez que veo en ellas una evolución, por más pequeña que sea, me llena de emoción y admiración. Son un tremendo ejemplo.
-¿Qué situaciones solés compartir con ellas?
-Todas las que puedo. Y hay algo que me desarma por completo: sus risas. Cielo tiene una carcajada que es la más contagiosa del mundo. En casa terminamos todos tentados cuando ella se ríe… (Hace una pausa) El hecho de sentirme padre con todos mis hijos, es algo realmente impagable. Te dan ese lugar de referencia, de autoridad, de cobjio y no entienden que para mí ellos son mi refugio absoluto.
¿La grieta?
Niega rotundamente que su mujer, Paula, haya sido afectada por la famosa “grieta” en lo profesional a causa de su padre, Víctor Hugo Morales. “Es una excelente actriz y su recorrido tiene que ver con otras variables. Hoy está muy volcada al teatro, donde está haciendo un trabajo enorme”, sentencia antes de completar: “La verdad es que ya el término grieta me provoca rispidez. Es lo contrario a lo que propongo y deseo, no sólo para mi país sino para mi vida más cotidiana y pequeña. Entiendo que a nivel mediático ya se cristalizó en una entidad propia pero yo descreo de ella, totalmente”.
Si, te hicieron kirchnerista