Hija de un reconocido divulgador científico y político (Eduardo Punset) y de una filósofa y escritora, Elsa lleva en la sangre la pasión por el conocimiento. Y por el crossover de ideas. Nació en Londres y se crió entre Haití, Estados Unidos y España. A sus 20, decidió que su camino era la filosofía pero nunca dejó de formarse e interesarse por los más variados ámbitos. Además de Filosofía y Letras estudió Periodismo (en Madrid), composición musical y piano (en Nueva York) y Pedagogía (también en Madrid). Hasta el momento escribió seis libros, todos orientados a relacionar la inteligencia emocional con conceptos como plenitud, bienestar y educación. Cuatro de ellos están publicados en nuestro país, incluido el último, Felices, volumen que presentó en la reciente Feria del libro.
-Podría pensarse que, a pesar de hablar siempre de ella, por primera vez decidiste utilizar la palabra felicidad como título
de un libro…
-Es cierto. Supongo que no la usaba porque la felicidad está muy manida, muy bastardeada. Hemos utilizado tanto esa palabras y de maneras tan extrañas… Yo acá la quise usar a modo de “reto”, de interpelación que sirva para preguntarnos, de verdad, ¿somos felices?
-De hecho ya al comienzo del libro preguntás: ¿del 1 al 10,
qué puntaje le ponemos a nuestra felicidad?
-Exacto. Yo soy de una generación en la que los padres jamás preguntaban a los hijos si eran felices. La felicidad parecía una frivolidad, un egoísmo. Aún hoy nos cuesta dejar de pensarla como un lujo efímero. Casi que no nos damos el tiempo para pensar una pregunta tan simple: ¿me siento bien con mi vida? Lo que nos dice la neurociencia ahora es que si no hacemos nada por mejorar la respuesta a esa pregunta, no mejorará. Y hasta es probable que empeore.
-Antes de llegar a eso, ¿cómo definirías a la felicidad?
-No es un concepto tan abstracto como suele creerse. Sí es subjetivo. Y muy poderoso, ya que reúne nociones como salud física y mental, emociones, memoria, longevidad, creatividad, coeficiente intelectual… La felicidad impacta en todos esos ámbitos de manera directa y contundente.
-¿Y qué se puede hacer para mejorarla?
-Muchas cosas. Incorporar hábitos pequeños pero reconfortantes, recuperar el entusiasmo, la curiosidad, el cariño… Hay una psiquiatra suizo alemana que se llama Elizabeth Kubler Ross y que habla bastante de cómo deberíamos priorizar más el amor por sobre el otro “polo del cerebro”, el miedo. Cuando somos niños estamos súper abiertos al primero, de hecho hasta somos kamikazes: nos lanzamos a amar, a descubrir, a confiar, a explorar, a relacionarnos con los demás y divertirnos. A medida que crecemos, el cerebro comienza a inclinarse por el polo del miedo que nos lleva a protegernos, a no confiar demasiado e incluso agredir si hace falta. Por eso hace falta una decisión diaria y consciente para equilibrar esa ecuación.
-Para paliar la “traición del cerebro”…
-Así es. En un congreso reciente de Educación Emocional me hice amiga de un neurocirujano argentino, Roberto Rosler, que tiene una frase magnífica: “habría que hacerle un juicio por mala praxis al que inventó el cerebro humano”. Es una idea divertida, pero que trata una verdad: tenemos un cerebro programado básicamente para sobrevivir. No le interesa que llegues feliz a la noche, sino que llegues vivo. ¿Y para eso qué hace? Exagera, prioriza y memoriza mejor lo negativo. Si te fijas, utilizamos siempre más palabras con connotación negativa que positiva. Es un cerebro que se transforma en teflón para lo positivo y en belcro para lo negativo. Eso es excelente si sólo quieres sobrevivir, algo que hicimos durante mucho tiempo. Pero si quieres ser feliz, es un problema.
-¿El dinero hace a la felicidad? ¿En cuánto ayuda al menos?
-Es algo que está muy calculado, hay un premio Nobel que trabajó sobre eso y también lo ha hecho el célebre “Estudio de la Felicidad” de Harvard, que es el más completo y profundo realizado hasta la fecha (N de la R: lleva casi 80 años de investigaciones académicas al respecto). Resumiendo, podría decirse que por encima del umbral de supervivencia, el impacto del dinero en la felicidad comienza a mermar de manera significativa. Son miles los ejemplos de gente rica que vive rodeada de las comodidades y placeres que el dinero puede comprar pero no es feliz para nada. Lo que más impacta en nuestra felicidad es nuestra propia sociabilidad, nuestra capacidad de tejer relaciones humanas saludables y constructivas.
-¿Te molesta el término autoayuda?
-No, ya me reconcilié plenamente con él. Sé que suele utilizarse en forma peyorativa pero no me molesta. Creo que los propios griegos antiguos, de los que arranco hablando en este libro, se dedicaban a algo que hoy etiquetaríamos como autoayuda y que no es otra cosa que la búsqueda de herramientas para entendernos y desempeñarnos mejor en nuestra vida cotidiana. Tan simple como eso.
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