Catártica, sensible, hilarante, frágil, seductora, mundana, dramática, hermosa y frontal. La enumeración bien podría pertenecer a su flamante libro de poemas (ver recuadro), pero no. Carla Quevedo (de apellido bien literario, por cierto) es también muy original –y talentosa– a la hora de escribir. Aquella lista, en todo caso, podría servir para dejar en claro una verdad irrefutable: estamos ante una de las actrices más singulares e inclasificables que haya dado esta tierra. Y lo de esta tierra viene bien remarcarlo ya que por más que se haya ido hace más de una década a probar (y lograr) suerte en Hollywood, Carla es tan argentina como el mate, el tango, el colectivo y otras tantas “obsesiones de origen”. Tras debutar en cine a lo grande (fue Liliana Colotto, la víctima que desata toda la historia de El secreto de sus ojos), se mudó a Nueva York y luego a Los Ángeles, donde actuó en proyectos tan disímiles como Show me a hero (la lograda miniserie de HBO con Oscar Isaac y Winona Ryder) y Cómo ser soltera (comedia estelarizada por Dakota Johnson y Rebel Wilson).
Aquí, es cierto, nunca dejó de volver y de hecho dejó varias miguitas de su versatilidad en títulos como 20.000 besos (comedia romántica de Sebastián De Caro), El hipnotizador (de nuevo para HBO y junto a Leonardo Sbaraglia) y El Maestro, unitario de la factoría de Adrián Suar junto al gran Julio Chávez. Ahora tiene un nuevo desafío “local”: Monzón, la coproducción entre Disney y Pampa Films que puede verse todos los lunes a las 22 por Space (y on demand por Cablevisión Flow) en la que interpreta, nada menos, que a Alicia Muñiz, la actriz y modelo asesinada por el exboxeador en enero de 1988 (mismo año en que Carla nació). “No fue nada fácil este papel. Al comienzo intenté acceder al núcleo íntimo y familiar de Alicia, pero no se pudo. Sí logré ver varios de sus escritos (son parte de la causa) y leí muchísimo acerca de ella. Es realmente muy complejo contar la vida de alguien que existió realmente y que no solo tuvo un final tremendamente trágico, sino que sostuvo un gran sufrimiento a lo largo de muchos años. Fue duro e intenso atravesar todo ese proceso, pero lo hice con mucha intención de verdad, quería por sobre todas las cosas hacer justicia con su historia, por ella y por las tantísimas mujeres que sufrieron y sufren de violencia machista”.
-¿Creés que era indispensable hacer esta relectura de la historia de Carlos Monzón? Ya los afiches lo dicen claramente: “el ídolo, el femicida”…
-Mirá, cuando me llegó el proyecto yo también me pregunté, como mucha otra gente, por qué contar la historia de Monzón, y por qué enfocarla desde su figura, desde su nombre. Es una pregunta válida y creo que no solo hay que ver la serie para respondérsela sino que también vale la pena recordar que el femicidio de Alicia Muñiz marcó un antes y un después en la historia argentina. Fue a partir de entonces que se empezaron a abrir las primeras comisarías de la mujer y a ponerse en tela de juicio lo de “crimen pasional”. Y una cosa más que sigue siendo muy actual e importante: si bien hemos avanzado mucho en estos temas, aún hoy se sigue poniendo en duda el discurso de una mujer cuando eso involucra a un ídolo. Les creemos a todas hasta que eso roza a un intachable, a un tipo querido. Eso sigue pasando hoy. Por eso está bueno volver a traer la historia de Monzón.
-¿Te cruzaron mucho por, supuestamente, “lavar” la historia de un femicida?
-Sí, pero también es cierto que hay mucha gente que critica porque es gratis. Y porque ni siquiera se gasta en ver una serie que, la verdad, está hecha con una rigurosidad impresionante. Y con un equipo de guionistas impecable, que encima tuvo el valor de mostrar a Alicia tal cual era, con sus defectos y virtudes. Hay que salir del encierro de la víctima perfecta, nada de lo que haya hecho o dicho Alicia es excusa para haber sido golpeada y asesinada. Tenemos que entender que angelar a la víctima no sirve de nada. Y una cosa más, esto no es un ensayo de Rita Segato: es una serie, una producción televisiva orientada a un público masivo. Hay que tener esas cosas en cuenta porque sino solo nos ponemos a señalar con el dedo y al final no hacemos nada. Insisto, la serie está hecha con un enorme compromiso.
-Ya pasaron más de diez años desde que te fuiste a Estados Unidos. ¿Cambiaste mucho en este tiempo?
-(Suspira) Claro que cambié y de hecho, hoy siento cada vez más cercana y urgente la necesidad de enraizar. De los 20 a los 30 disfruté bastante el hecho de ser una turista eterna, una desconocida total a la que nada ni nadie la ata. Pasaba una semana en la que no hablaba en voz alta, nadie sabía dónde estaba y a mí eso me daba una sensación de libertad enorme. Ese panorama cambió y la verdad es que hoy prefiero llegar a casa y que haya una persona con quien hablar, comentar algo… Siempre fui un poco ermitaña y freak con los vínculos, pero hoy necesito sentirme acompañada.
-Y si bien estás en pareja con un argentino, el comediante Pedro Rosemblat, seguís eligiendo vivir allá… ¿Por qué?
-La verdad, no lo sé. Todo el tiempo me pregunto: “¿Qué carajo estoy haciendo de mi vida?”. En serio, eh. Ya tengo 31 años y hace más de diez que vivo muy sola. ¿Para qué? ¿Tan enfocada estoy en mi carrera que no me permito sentir una cercanía real con alguien? Cuando me fui de Buenos Aires tenía una visión de futuro y de carrera que para mí era muy importante e innegociable y ahora todo eso está en duda. La patria hoy me tira como nunca.
“Aún hoy se sigue poniendo en duda el discurso de una mujer cuando eso involucra a un ídolo. Les creemos a todas hasta que eso roza a un intachable, a un tipo querido”
-¿Sufriste muchas decepciones estando allá? Pienso en el personaje principal de La La Land, interpretado por Emma Stone, que no paraba de sufrir en los castings…
-Uff. Con esa película me pasó algo muy loco, muchísima gente me llamó o escribió para decirme que se habían acordado mucho de mí al verla. Y la verdad es que lo que retrata es exactamente así. Llegás a la audición después de haberte memorizado todo lo que te mandaron la noche anterior, habiéndote preparado muchísimo desde lo físico, lo actoral y lo primero que encontrás es un tipo que no te mira ni te presta atención y que ya tiene tomada la decisión por una foto que vio en Instagram… Una vez un productor me confesó: “he bajado actrices porque me hacían acordar a mi ex”. Y yo sufriendo por dentro, solo pensaba: “¡mentime, no me digas eso!”
-Encima vos has dejado en claro siempre que te cuesta bastante el tema del rechazo…
-Sí, y me expongo constantemente a eso… Antes de venir a la Argentina, por ejemplo, estaba convencida de que iba a quedar para la nueva versión de The L World. Había hecho varios call backs (cuando te va bien en el casting) pero al final no sucedió…
-¿Tu nuevo look de pelo era para ese proyecto?
-No, pero está relacionado. En el primer casting me pareció que me había ido mal y no tuve mejor idea que combatir esa angustia existencial con productos de cosmética de una farmacia abierta las 24 horas. Fui en medio de la noche, en pijama, con mi perro y empecé a llenar la canasta de productos y entre ellos, una tintura rosa. Me quedó espantoso y lo peor es que al día siguiente de eso me llamaron para el primer call back. ¡Ahora puedo decir que no quedé por culpa de mi pelo!
“Ya tengo 31 años y hace más de diez que vivo muy sola.
¿Para qué? ¿Tan enfocada estoy en mi carrera que no me permito sentir una cercanía real con alguien?”
-¿Seguís con la terapia a distancia?
-Sí, tres veces por semana, ¿no se nota? (ríe a carcajadas). No mentira, son dos… Cambié de terapeuta hace poco, con la anterior hacía diván, que se ajusta mejor a esto del teléfono y la distancia. Por suerte, la nueva no me pidió que prenda la cámara. Yo prefiero seguir así, sin vernos. Evidentemente, hay algo en eso de no tener la mirada del otro encima que me ayuda a abrirme.
-En tus redes, de hecho, muchas veces te mostrás sin filtros..
-Sí. Varios amigos han intentado frenarme pero yo siento que es un espacio ideal para habitar y militar. Primero, porque es una necesidad, suelo estar más sola que un hongo en Estados Unidos y por ahí puedo conectar, por decirlo de algún modo, con el mundo. Y
por otro lado, porque cuando a mí, a los 16, me diagnosticaron depresión y trastorno de ansiedad me sentí muy sola. No era algo de lo que se hablara, para nada. Y eso solo genera estigmas –“la loca de mierda”–, angustia y mucho más sufrimiento del que debería generar el trastorno en sí. Yo no soy ni mejor ni peor persona por tener depresión. Tengo que trabajarla y punto. Por eso creo que hablar de estos temas, aún en una red social, ayuda.
-Por allí hiciste pública también la decepción que viviste con Natalie Portman…
-(Ríe) Sí, a esta altura ya me imagino ganando un Oscar y diciendo desde el estrado, “¡para vos, Natalie!” Fuera de broma, yo sé que ella está muy expuesta y demás, pero si con algo muy chiquito le podés cambiar el día y la semana al otro, ¿por qué no hacerlo? ¿Quién para en un pedestal a los actores? El público. Es así. Natalie es quien es porque hay millones de personas como yo que la siguen y ven todas sus fucking películas. Si alguien se acerca desde el respeto, me parece que no tenés por qué ser tan pero tan antipática. Supongo que cada una hace lo que puede y quiere. Winona Ryder, por ejemplo, fue todo lo contrario, un amor de persona. Para mí la cosa va por ahí, estoy convencida de que hay que humanizar al otro, siempre. –
Debut literario
Carla escribe desde los 7 años, cuando empezó a llevar los diarios que aún conserva. “El otro día releí uno y me di cuenta de que siempre fui igual. Hablaba sin parar de Juan, el chico que me gustaba. Juan esto, Juan lo otro y de repente en una página puse: ‘Juan dice que gusta de mí’. Acto seguido, mi reflexión fue: ‘¿Y si me mintió? Ay, ¡qué desgracia!’. ¿Ves?, soy neurótica desde chiquita”, comenta y ríe. Editado por la flamante editorial Trópico, su primer libro de poemas se titula, simplemente, Me peleé a los gritos con el manager del spa. Búsquenlo porque esa historia sigue y es realmente genial.
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