Todo en Nueva Zelanda es como condensado: su cultura no es aun milenaria y su territorio ocupa unos 270.000 km2 (un 10% menos que la provincia de Buenos Aires). Sin embargo, aun tiene territorios casi vírgenes, con montes e islas a donde uno puede disfrutar a pleno de la naturaleza en estado salvaje y sus ciudades se destacan por el espíritu cosmopolita, la intensa movida artística y una fuerte consciencia de cuidado de la sociedad y el medio ambiente.
El primer impacto al aterrizar en Auckland es reflejo de la idiosincrasia de los neozelandeses, también llamados kiwis en referencia a su animal nacional. Al estricto control de aduana para evitar el ingreso de vegetales o animales (¡los turistas deben incluso limpiar sus zapatos si estos tienen barro!) le sigue un cálido Kia Ora, expresión maorí que se usa para dar la bienvenida o desear el bien, acompañado por una recurrente sonrisa. Un gesto que se repite en todas partes y es un signo de identidad en una sociedad que parece estar todo el tiempo dispuesta a disfrutar.
El estado es conocido como “el país más joven” ya que los primeros habitantes fueron los polinesios que, según estiman los historiadores, llegaron a las islas en el siglo XIII. Ellos dieron origen a la cultura maorí y cuidaron la tierra de los primeros navegantes europeos que arribaron allí. Recién a mediados del siglo XVIII, tras la llegada del explorador inglés James Cook, comenzaron a interactuar barcos pesqueros y buques comerciales de Europa y Estados Unidos. A pesar de que los franceses estaban interesados en la región, fue colonia británica desde 1840 y recién en 1907 obtuvo su dominio, es decir que pasó a ser autónoma aunque bajo la soberanía del Reino Unido, cuya monarca sigue siendo jefa de estado, a pesar de que el país elige a su primer ministro y tiene su propio parlamento. Algo que llama la atención -especialmente a los argentinos, tan habituados a saltar de una crisis a la siguiente- es que todo parece funcionar muy bien (aun cuando no todos apoyan al gobierno). Otro dato político que enorgullece a los locales es que este fue, en 1893, el primer lugar en el que las mujeres pudieron votar sin restricciones gracias al movimiento sufragista liderado por Kate Shepperd.
Aires cosmopolitas
Auckland es la urbe más grande del país, se destaca a nivel mundial por la gran cantidad de veleros que amarran en sus embarcaderos y tiene una línea de horizonte muy atractiva, dominada por la Sky Tower que, con 328 metros de altura, es considerada la construcción más alta del hemisferio Sur. La torre es un mirador perfecto para apreciar la ciudad y dimensionar la extensión del puente del puerto, sitio predilecto para realizar bungee jumping. Quienes estén buscando adrenalina, pueden acceder a la plataforma situada a 192 metros de altura y saltar o disfrutar una caminata alrededor de la torre.
A lo largo de la costanera hay un sinfín de opciones gastronómicas y a pocas cuadras los distritos Britomart y Wynyard combinan arquitectura atractiva y vidrieras de lujo. También es recomendable pasear por Ponsonby, un barrio donde la moda y el diseño son protagonistas.
También en la Isla Norte, pero al sur de la misma, se encuentra Wellington. A pesar de ser la capital del país, mantiene un ritmo tranquilo: a la mañana uno puede cruzarse con muchas personas yendo a trabajar en bicicleta o monopatín.
Es imprescindible recorrer la costanera y conviene hacer escala en el Museo Te Papa Tongarewa que alberga en sus salas piezas históricas aparte de instrumentos característicos de la cultura maorí. Este edificio es utilizado para reuniones oficiales del primer ministro con presidentes de otros países. Los fanáticos del deporte conocen la ciudad por su estadio de rugby (es el deporte nacional de las islas) mientras que los cinéfilos saben perfectamente que allí se encuentran los estudios Weta fundados en 1993 por cineastas de la talla de Peter Jackson y Richard Taylor y famosos por los efectos de filmes como El Señor de los Anillos, Avatar y King Kong, entre otros.
El deseo de obtener vistas panorámicas es una buena excusa para pasear en el Cable Car, un ícono de la ciudad. A pocos kilómetros de la cima, el parque Zealandia es una visita obligada. Se trata de un santuario de 225 hectáreas construido para proteger a la fauna autóctona, especialmente a los kiwis (aves no voladoras, con plumas que parecen pelos y un pico curvo bien largo).
Lo más común al recorrer Wellington es toparse con impactantes murales -el street art está a la orden del día- y un sinfín de cafeterías y cervecerías artesanales. De hecho, dicen que allí hay más bares por habitante que en Nueva York. Tres proyectos destacados, especiales para quienes gustan al ver la cocina de las cosas, dan cuenta del espíritu sustentable de la comunidad y de la pasión de los locales por los sabores: Wellington Chocolate Factory (una fábrica artesanal que compra cacao en mercados locales de diversos países y denomina como comercio real a su forma de negociar -cara a cara- con los productores); Havana Café (como su nombre lo indica, sus principales granos provienen de Cuba, provee blends a los principales bares de la ciudad y ofrece un curso express de barista); y Garage Project (una de las tantas cervecerías artesanales a las clientes llegan con sus botellones recargables; tiene la peculiaridad de ofrecer alrededor de 12 tipos de cerveza e incorporar una nueva variedad cada semana).
Sobre ruedas
Nueva Zelanda también tiene opciones para los amantes de la enología. El vino neozelandés supo ganarse un lugar a nivel internacional: el Sauvignon Blanc es la principal cepa del país aunque también se destaca la producción de Pinot Gris. Marlborough es la principal región vitivinícola del país y muchos de los viñedos se pueden recorrer en bicicleta. También en Hawke’s Bay, otra de las zonas vitivinícolas, hay senderos que atraviesan viñas y costas. En cualquier caso, el remate para un buen paseo es una degustación de bebidas locales acompañada por una picada o una sabrosa cena.
Además de catar vinos de alta gama, en Hawke’s Bay conviene subirse a un auto antiguo para hacer un tour por Napier, una ciudad cuya historia se encuentra íntimamente ligada al terremoto de 1931 que destruyó la gran mayoría de los edificios y que, debido al movimiento sísmico, sumó tierras a su costanera.
El lado salvaje
La Isla Sur es conocida por tener los paisajes más espectaculares y sólo con llegar a los estrechos de Marlborough uno puede empezar a descubrir que esa fama tiene buen fundamento. Estas entradas del Pacífico son de difícil acceso: a la mayoría sólo se accede con pequeñas embarcaciones. Pero son un lugar perfecto para descansar en contacto con la naturaleza: salidas de pesca, caminatas en la montaña y la posibilidad de nadar con delfines en mar abierto son algunos de los principales atractivos de estos lugares. Son destinos privilegiados para los amantes de la cocina, especialmente quienes disfrutan los platos de mar que pueden conocer criaderos de salmón y almejas y mejillones que se sirven durante la navegación maridados con un Sauvignon Blanc de producción local.
La diversidad es una cualidad distintiva de Nueva Zelanda. No sólo en lo que respecta a actividades o propuestas gastronómicas sino por la gran cantidad de extranjeros -provenientes de Sudáfrica, Inglaterra, Francia, Italia y Argentina, entre otros- que enseguida adoptan el espíritu alegre de los kiwis, responsables pero desonctracturados al mismo tiempo, y reciben a los visitantes con un sonriente Kia Ora.
Por fotos me da la sensación de llegar a un lugar donde no quieres irte.Paisajes maravillosos.