Lo adoptamos hace mucho tiempo, y el nos adoptó a nosotros. Sus letras a veces románticas y muchas veces nostálgicas son parte de la historia de amor o desamor de muchos argentinos. Sacó más de una decena de discos, actuó en una película y ahora se animó al teatro infantil. ¿Cómo? Junto a su mujer, la actriz argentina Jimena Ruíz Echazú, escribió la obra infantil Oliverio y la tormenta (que se presenta todos los días durante las vacaciones de invierno en la Sala Siranush de Palermo). La madre de Lila, su hija de 3 años, protagoniza esta obra con canciones de Ismael. La amistad entre una mujer y un pequeño ratón es el eje principal de la pieza que invita a soñar y revalorizar el vínculo de la amistad.
-¿Cómo surge la idea de hacer un espectáculo infantil?
-Por empezar la paternidad sacudió todos mis cimientos. Siempre tuve la idea de escribir algo para niños y niñas, pero cuando nació Lila me sumergí del todo en el universo infantil. Con Jimena no quisimos subestimar a los más chicos, sino hablarles con la verdad y crear un espacio de diversión y reflexión para ellos, y de magia y encanto para sus padres.
-¿Cuáles son los recuerdos más vivos de tu infancia en Madrid?
-Soy el mediano de tres hermanos varones con poca diferencia de edad, así que todo sucedía en pandilla. Los domingos en el cine cerca de El parque del Retiro, las salidas con los vecinos, las canciones de María Elena Walsh y los programas infantiles copaban nuestra agenda. Teníamos espacios de libertad y reflexión que a los niños de ahora se los han arrebatado. Hoy se apuesta todo el tiempo a la intensidad y al sobrestímulo y no a la poesía.
-¿Intentás criar a tu hija con esos valores y costumbres?
-No reniego de Internet, porque hay cosas maravillosas, pero creo que debemos encontrar un equilibrio entre las pantallas y lo más tradicional. Siento que a los niños hay que darles el tiempo que necesitan, ellos no tienen que correr porque nosotros estamos corriendo. A veces el problema somos los adultos, deberíamos, por ejemplo, revisarnos nosotros y ver lo pegado que estamos al teléfono. Nosotros somos los primeros que tenemos que levantar la mirada de la pantalla.
“Cuando cumplí 40, me sentía en mi mejor momento, pero que había llegado tarde a todo: a ser padre, al éxito… Después me di cuenta que cada cosa llega en el momento justo”.
-Además de tu mujer, ¿qué te une a Argentina?
-Desde 1997 que vengo al país y me hice muchísimos amigos aquí. Ya tengo mis librerías de cabecera, eso me hace sentir parte de una ciudad. Buenos Aires me recuerda mucho a Madrid. Me encanta la esfervescencia cultural que hay, la movida teatral y los cafés abiertos hasta la medianoche.
-¿Cómo es trabajar con tu mujer?
-Dudamos mucho antes de concretar el proyecto. Al principio pensamos que iba a ser terrible y que terminaríamos divorciados, pero fue maravilloso. Tenemos nuestros desencuentros, pero funcionó muy bien. La magia de la obra también nos tocó a nosotros.
-¿En qué te cambió la paternidad?
-Fundamentalmente modificó el eje de mi mirada, la renovó. Recuperé la sensación de volver a vivir cosas por primera vez, me llenó de primeras experiencias que pensaba que ya estaban agotadas. Me volví más permeable y perdí la seriedad. Nada es tan grave ni tan importante y me di cuenta de que tenía cosas claras que ya no son para nada certeras. Además, recuperé la capacidad de aprendizaje y me di cuenta que soy un completo ignorante. Todo lo que me trajo la experiencia es muy bonito.
-Tenés 43, ¿cómo te cae la llamada “edad de la madurez”?
-Tuve mi crisis. Cuando cumplí 40, me sentía en mi mejor momento, pero que había llegado tarde a todo: a ser padre, al éxito… Después me di cuenta que cada cosa llega en el momento justo. La cuarta década me invitó a hacer balances. Traté e intento de amigarme conmigo, no maltratarme tanto y a perdonar mis contradicciones. Es saludable aceptarlas y saber que las promesas que uno se hizo a uno mismo pueden cambiar. Más como padre que querés ser el mejor, el más fuerte, no lo eres y no vas a podés serlo. Y lo peor es que me sigo sintiendo un amateur, como si tuviera 20 (risas).
-Escribiste muchísimo sobre el amor, ¿qué creés que aprendiste en estos años?
-¡Que soy un desastre! (risas). No he aprendido nada de nada. Sigue siendo un misterio absoluto y creo que la gracia es esa. Sigo devanándome los sesos por entender la mecánica del romance. Sólo sé que siempre será una montaña rusa.
-¿Sos tan nostálgico como en tus canciones?
-Sí, porque la música es el territorio de la nostalgia. La canciones son espacios de encuentro y uno siempre quiere saberse acompañado en momentos difíciles. Entonces uno se pone solemne para convivir con los miedos y las frustraciones y con el paso del tiempo. No está mal ponerse triste y hablar de nuestras penas para transitarlas, sobrellevarlas, aprender de ellas y seguir adelante.
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