Somos lo que comemos, dicen los que creen que los productos naturales son más que una moda. Lo cierto es que cada vez es más fuerte, aún con poca difusión en el país, la corriente que apunta a la menor manipulación de los productos que llevamos a la mesa. Así, ganan espacio en el corazón del consumidor que comienza a preguntarse qué implica la manipulación industrial y la producción a gran escala; aprende a leer etiquetas nutricionales y, alertado frente a la cantidad de pesticidas, azúcares refinadas, sodio y conservantes, busca alternativas más saludables. La Comarca Andina, que comprende un grupo de poblaciones y ciudades cercanos entre sí, entre Chubut y Río Negro, se presenta como una de las áreas más fructíferas y pujantes por las características del clima y la cantidad de productores que creen en esta modalidad y apuestan a lo orgánico, con miras a la exportación y al mercado interno. Esta región ofrece una opción de turismo diferente y la alternativa de modificar lo que llevamos a la mesa y así transformar nuestra visión del mundo y de nuestra propia existencia.
Una filosofía de vida
“El cultivo orgánico se basa en respetar la tierra, en trabajar en escalas que puedan ser manejadas sin usar ningún agrotóxico ni fertilizante artificial. Si se utilizan conocimientos acerca de la tierra, los vegetales y las hierbas, se pueden lograr abonos naturales y trabajar sobre la combinación correcta de plantas y flores que combatan las plagas”, señala Aluminé Hoink, amante de la vida natural, la ecología y la sustentabilidad y dueña de espacio Lumina en El Bolsón y de una chacra de producción orgánica a pequeña escala en la comarca andina.
“Son conocimientos más artesanales, no válidos para cultivos extensivos a gran escala realizados en miles de hectáreas, que fumigan con aviones y no respetan cuestiones que sí son importantes aquí.Se trata de otro paradigma de trabajo, más respetuoso con la naturaleza, más sostenible y armónico con el suelo que habitamos”, resume.
La visión es apuntar a una agricultura basada en la conservación y no en la explotación y agotamiento de recursos “que si bien puede parecer más costosa, ya que esta manipulación de los alimentos a menores escalas se puede ver reflejada en precios algo más elevados, creo que vale la pena ampliamente”, incita Hoink. Y sube la apuesta: “No sólo hablamos de los productores, sino de una alimentación consciente, creo que todo parte de ahí: de que cada uno pueda empezar a cultivar lo que consume.
No es necesario tener una chacra, tengo amigos en Buenos Aires que en un balcón tienen cherries, pimientos y albahaca. Cuando uno se acostumbra a comer orgánico y natural, siente enseguida el gusto de los agrotóxicos; es bastante fuerte el sabor, no sólo es una cuestión intelectual”. En la chacra donde vive Aluminé hay una laguna con truchas, campo con vacas y ovejas para consumo familiar, y todo el año hacen jugo de manzana, chicha, y cosechan frutas, vegetales, hongos y frutos secos.
Actualmente es casi para consumo propio, sólo comercializan algún remanente para alguna marca de dulces de la zona y a cocinas de grandes hoteles que buscan máxima calidad. Por eso en este caso, la producción no está certificada porque no apunta a ser un negocio en sí mismo, su sustento tiene que ver con el taller de terapias holíticas Lumina, la equinoterapia que ofrecen como un servicio a empresas y personas que lo requieran, y otros emprendimientos. De todos modos hay otro grupo de productores de la zona que llevan este modo de vida y trabajan en empresas con certificaciones. Nicolás Nuñez y Diego Lerner, dos socios que llevan adelante la marca Masseube, dueños de Valle del Medio, son dos de ellos. Dedicados a producir desde Lago Puelo, además de cosechar entre 80 y 100 toneladas de fruta fina por año, también apuntan al agroturismo, donde el consumidor pueda acercarse a apreciar el proceso del plato orgánico que se lleva a la boca. Además de contar para casi todos sus dulces con la certificación orgánica, suman la inocuidad alimentaria (que certifica el cuidado en los puntos críticos del proceso, concretando prácticas para evitar que se contamine) y comercio justo (hace 4 años fueron el primer emprendimiento privado del mundo en certificar la producción de fruta fina bajo esta norma). Además, trabajan con un equipo de calidad que apunta al sistema de gestión en un sentido más integral. Una parte de la producción se comercializa por fuera de la marca y tiene presencia en grandes supermercados. Por lo que sus dulces también se utilizan para elaborar otras marcas famosas del Sur. Las 20 hectáreas de producción funcionan hace 21 años dando frambuesas, grosellas negras (cassis) grosellas rojas (corintos), moras, frutillas, cerezas, guindas y arándanos.
Con mayor extensión aún y a un kilómetro del centro de El Bolsón se encuentra Humus. Esta chacra con herencia alemana pertenece a los hermanos Luise y Wenseslao Adrion, hijos de Paul, quien se instaló en los 80 con la idea de producir de manera orgánica. “La chacra está certificada hace 20 años porque la producción orgánica así lo exige y porque es la forma de asegurar nuestra forma de trabajo al potencial cliente”, dice Wenseslao. Por su cercanía con el pueblo fue casi indispensable, sumarles a las actividades de producción lechera, ganadera, de fruta fina y el vivero, también el agroturismo. “El turista empieza a interesarse mucho por conocer los cuidados especiales con los que se tratan los alimentos orgánicos, eligen calidad y aprenden cada día como consumidores. Para nosotros es maravilloso ser testigos y promover esto”, resalta Wenseslao. La actividad está dividida en el sector lechero-ganadero, la producción de fruta fina típica de la comarca como frambuesa, cassis, corinto, grosella, entre otras, también frutos complementarios como guinda, cereza y distintas variedades de manzanas y el vivero, dirigido a productores, es referente en berries. “Hoy tenemos el volumen de una pyme, entre 60 y 70 toneladas de frutas finas, unas 100 mil plantas de vivero y un plantel de unas 50 vacas en ordeñe que dan 650 litros diarios todo el año. Se hace una venta directa en la chacra, eso es súper atractivo, creo que encontramos ahí dentro de nuestras poliactividades una fortaleza”, destaca el productor. Y afirma: “Antes, se querían lograr productos más supermercadistas para tratar de entrar en todos lados, hoy la tendencia es todo lo contrario. Tratamos de hacer productos que se destaquen por su integridad, su inocuidad y la calidad plus del proceso orgánico, y a su vez apuntar a que el consumidor lo compre directamente donde se produce”.
La filosofía y el espíritu son los mismos del día que se inició Humus. “Producimos 100 hectáreas, cuando arrancó mi papá en el 84 lo hizo a escala de autoconsumo vendiendo el remanente, pero el corazón de esto es la biodiversificación de los productos, el tratar de intercalar e interactuar actividades que se complementen una a la otra, no sólo desde lo ambiental y las cuestiones vinculadas a la fertilidad, sino también desde lo económico. Sobrevivimos a la crisis de los 90 a la hiperinflación y al 2000 siempre gracias a la diversificación, porque si algo sale mal, siempre hay otras apuestas, y aparte, se beneficia al suelo”. En este sentido, Pipo Lernoud, periodista de cultura y ecología, autor de libros especializados y ex vicepresidente de la Fundación Internacional de Movimientos de
Agricultura Orgánica (IFOAM) señala que el concepto de rotación de cultivo es clave: “Cada uno le pone algo a la tierra y le saca algo. Si uno hace un monocultivo, siempre le extre los mismos nutrientes. En el caso de policultivo o rotación, se logra que un ciclo le quite, por ejemplo, potasio y al ciclo siguiente nitrógeno, lo cual permite un equilibrio mayor desde el punto de vista ecológico y productivo. Por el contrario, los monocultivos agotan la tierra porque siempre absorven los mismos nutrientes”, asegura. Además, esto provoca que haya menos plagas, fomenta la aparición de más insectos benéficos y todo tipo de vida silvestre. Un monocultivo con glisfosato elimina a todos los insectos incluso a las avejas polinizadoras; en tanto, el policultivo rotativo atrae naturalmente menos plagas porque los insectos se combaten entre sí, mantienen un equilibrio y respetan la riqueza del suelo, que está vivo y reciclan la materia. “Es la base de la filosofía orgánica: alimentar y enriquecer la tierra para que ella nos alimente a nosotros”, sintetiza el experto.
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