Por Florencia Rodríguez Petersen | Las firmas más conocidas eligieron poner sus logos en primer plano. Se llevan en accesorios, ropa informal y también en vestidos de fiesta: definitivamente, invadieron el guardarropa.

Escondidos en el motivo de una estampa -aparentemente- geométrica, grabados con tinturas en relieve, en forma de apliques de metal o, simplemente, en contratono y bien visibles: las marcas están presentes en todos lados. En la época que exalta las visuales, donde pareciera que sólo existe aquello que se comparte en redes, no debería llamar la atención que los principales diseñadores del mundo hayan decidido hacer viral su firma. Las famosas caminan por la red carpet con mini vestidos estampados pero ese dibujo no es una forma elegida al azar sino el monograma de Chanel, la firma de Lanvin o el logo de Fendi; mientras tanto, otras eligen reírse del sistema jugando a recrear etiquetas de consumo masivo con sus nombres, unas como Balenciaga ligan su imagen a obras filantrópicas con las que colaboran y algunas más apuntan al público joven tomando tipografías características de los buzos deportivos y universitarios. Y así las fashionistas hacen la mejor propaganda posible, convirtiendo a la marca -y ya no necesariamente al accesorio o la prenda- en objeto de deseo e impulsando así un círculo que parece ser la fórmula del éxito (al menos por el momento).