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03/08/2018

“Es muy mediocre querer engancharse una mina gracias a una escena»

Por Pablo Steinmann l Volcado hoy a la conducción, Damián De Santo repasa desde su experiencia el conflicto Calu-Darthés y el poder de los galanes de televisión. Además, habla de su amor de casi dos décadas y de su vida entre Buenos Aires y Córdoba.

«Buenos Aires es realmente hermosa”, dice Damián con su típica media sonrisa pícara y enseguida agrega: “De visita”. La broma, como todas, esconde una cierta verdad ya que ha pasado más de una década desde que el actor decidió cambiar su ajetreada ciudad natal por la tranquilidad serrana de Villa Giardino, Córdoba. Allá tiene sus cabañas, bautizadas Umbral del Sol, que administra con total pasión. Hacendoso y amante de la naturaleza, el muchacho siempre se las ingenió para combinar aquella vida con sus trabajos de actor y, desde este año también, conductor. En efecto, convocado por Gerardo Rozín, Damián se convirtió en marzo pasado en el anfitrión oficial de Morfi. Todos a la mesa, el envío creado por el propio Rozín. “Él fue el gran responsable de esta locura ya que hace años viene insistiéndome para que conduzca. Siempre le había dicho que no, pero él tenía una frase muy simple como respuesta: ‘la conducción es como el tango, te sabe esperar’. Y tenía razón”, comenta.

-¿Y por qué aceptaste finalmente?
-Te diría que más que un desafío, se terminó transformando en una necesidad. Quería mostrarme tal cual soy yo todos los días. Sin ningún rol de por medio. Al principio los nervios estaban a full, pero enseguida logré relajarme. Al tercer día de grabar, ya me sentía en mi salsa. Es muy loco pero te juro que fue así.

-¿Te adaptaste rápido a vivir acá toda la semana?
-Sí. Cuando acepto un trabajo le pongo corazón y garra. No estoy pensando en lo que dejé allá, en Córdoba. Este año se cumplen diez años de nuestra mudanza definitiva a la sierra así que ya estoy súper habituado.

“Para nosotros, los hombres, es muy importante mantener la pasión en la pareja. Hacer el amor nos templa, nos fortalece pero sobre todo, nos acerca muchísimo a ellas”.

-¿Qué fue lo que más adoptaron tus hijos -Joaquín (17) y Camilo (12)- de esa vida serrana?
-Creo que los hizo muy poco miedosos. Andan en bici para todos lados, van al río en patas, no les preocupa pisar rosetas de espinas ni nada por el estilo. Son muy resolutivos.

-¿Ya saben lo que quieren hacer o estudiar en el futuro?
-No, y lo que yo no quisiera es que se quedaran a laburar en las cabañas. No les quiero dejar ese perno. El mayor, Joaquín, tiene cierta veta artística pero aún no tiene muy claro qué hacer con eso. Por ahora lo que más quiere es viajar. Qué piola, ¿no? Encima no me dice Mar de Ajó, habla de Londres, París… Claro, estas nuevas generaciones están más habituadas a esos destinos. Hoy se pueden hacer viajes con menos guita y ellos lo saben. Cuando yo era chico lo más osado era ir a la Costa… Tampoco tuve la posibilidad de ir a un colegio bilingüe como ellos van ahora. Hace poco nos fuimos en familia a San Francisco y ellos fueron mis traductores oficiales durante todo el viaje. Se me caía la baba de escucharlos hablar con esa facilidad. Algún día espero poder ir a Italia con ellos, ahí yo seré el traductor.

-¿La actuación te cansó?
-No. Pero sí siento que, por ejemplo, nunca tuve la ambición de trabajar afuera, cosa que la mayoría de mis colegas sí tienen. Yo siempre quise ser profeta en mi tierra. Me gusta viajar pero sólo en plan vacaciones.

-Como actor, te ha tocado hacer de galán…
-(Interrumpe) ¡Galán de barrio! Una etiqueta en la que prácticamente entramos todos… (risas)

-A lo que voy es que tuviste muchas escenas de besos e incluso de sexo. ¿Cómo viste desde tu experiencia todo lo que sucedió en torno al caso Juan Darthés-Calu Rivero?
-(Piensa) El tema no pasa por los besos. Pasa por la real confianza que construís con tu compañera. Uno cuida esa situación, siempre. Es desleal querer engancharse una mina gracias a una escena. Es muy de mediocre, de infeliz. Ser el galán te da un lugar de poder, sí, que por ende hay que saber cuidar. Porque además es muy efímero, muy poca cosa en el fondo. Yo siempre fui muy respetuoso con las chicas con las que trabajé, estando en pareja y no estando en pareja.

-Hablando de eso, ¿hace cuántos años que estás con Vanina?
-Dieciocho años ya. De feliz matrimonio… Por ahora. (ríe) Fuera de broma, yo siempre digo: que dure bien. Si nos tenemos que separar, que sea también con amor. Y haciéndole honor a nuestra historia. Que es de un amor real, en el que nos hemos acompañado y bancado de todo: las discusiones, los malos humores, el olor a chivo, las ausencias, los hijos… Y esto último es fundamental. Es indefectible que los hijos le sacan tiempo y atención a la pareja. Es una cuestión casi aritmética. Al principio son sólo dos, pero después las obligaciones y responsabilidades se multiplican. Como pareja, hay muchas cosas que se van perdiendo en ese camino…

-¿Cómo qué?
-Y… se pierde el vértigo, cierta espontaneidad. La podés intentar recrear, pero no es lo mismo. Y aun así, hay que hacerlo. Hay que buscar el momento de la cena romántica, de la salida de a dos, de la intimidad plena. Para nosotros los hombres es muy importante mantener la pasión. Hacer el amor nos templa, nos fortalece pero sobre todo, nos acerca muchísmo a ellas. Las mujeres a veces piensan que es como un ejercicio masturbatorio y la verdad es que es todo lo contrario.

-Supongo que hablás de estos temas con ella…
-Sí, claro. Con la flaca siempre hablamos de todo. Y en secreto ya nos hemos prometido que el día de mañana, cuando los chicos no estén más en casa, vamos a vivir en cabañas separadas. Va a estar bueno jugar a ser novios otra vez. Ojalá nos dé el cuero… (risas)-

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