Habla bajito, como una típica limeña de modales suaves y delicados. Juana Burga se crió en el barrio de San Isidro, donde asistió a un colegio de monjas, súper católico y conservador en el que empezó a llamar la atención como “la rebelde” del grupo. “No hacía nada grave pero empecé a darme cuenta de que el camino para el que te preparan, casarse y tener hijos, no era para mí. No está nada mal soñar con eso, pero yo quería hacer otras cosas, viajar, salir al mundo y conocer diferentes formas de vida”, sentencia hoy, a sus aún jovencísimos 26 años.
Comenzó a desfilar a los 16 y al año resultó ganadora del concurso Elite Model Look, gracias al cual empezó a viajar por el globo. París, Milán, Praga y Nueva York -su hogar desde entonces-, fueron algunos de los destinos con los que comenzó a saciar sus ansias de aventura. “Yo estaba acostumbrada a estar plenamente protegida por mis padres, a no pensar en nada y de repente me transformé en una chica que debía resolver todo por sí misma.
“En Nueva York me enfrenté a un mundo -glamoroso sí, pero también muy competitivo- que quería descubrir pero que aún desconocía casi por completo. Tuve que crecer de golpe”.
Tuve que crecer de golpe, y rodeada de un mundo -glamoroso, sí, pero también muy competitivo- que quería descubrir pero que aún desconocía casi por completo”, recuerda. Desfiló en las principales semanas de la moda, trabajó para firmas como Vera Wang, Alexander McQueen y L’Oréal y realizó editoriales para Vogue, que la ungió como la más glamorosa embajadora del Perú. Frente a la lente de su compatriota Mario Testino, de hecho, posó en una producción de Vogue París que rescataba los paisajes y telas de su tierra natal. “Fue maravilloso trabajar con Mario, sobre todo porque estábamos haciendo algo que nos representaba desde el corazón”, sentencia. Al poco tiempo, la joven fundó la iniciativa Nuna Awaq, que significa “alma de los artesanos” en quechua y con la que busca empoderar a las productoras textiles de su país, retomando muchas técnicas de tejido e hilado de antaño.
Con sencillez, cuenta que nunca vio a su supuesto “exotismo” como un valor ni tampoco como un obstáculo. “Muchos me decían que en Europa no iba a poder trabajar porque allá o sos blanca o negra, pero mucho caso no les hice, la verdad. Yo sigo mi camino como siempre y no quiero que nada me detenga, ni los prejuicios míos ni mucho menos los ajenos”, comenta.
Gracias a Google, el joven director Nicolás Puenzo (hijo de Luis y hermano de Lucía) dio con su rostro y no tuvo dudas: Juana era la Yaku (“agua”, en quechua) que se había imaginado para Los últimos, filme de reciente estreno y que marca el debut de ambos (él como director y ella como protagonista) en la pantalla grande. Filmada en el desierto de Atacama de Chile y en el salar de Uyuni de Bolivia, la película transcurre en un mundo post apocalíptico, devastado por “la Guerra del Agua” y en el que dos jóvenes, ella y Pedro (Peter Lanzani), buscan sobrevivir como sea. “Peter y Germán (Palacios) no sólo son dos tremendos actores sino que desde el primer día fueron híper generosos conmigo, orientándome y aconsejándome cada vez que lo necesité”, comenta Juana y enseguida aclara que su plan de ahora en más es combinar ambos oficios. “Mi agencia en Nueva York lo recalca siempre, hoy en la moda se busca ir más allá de la belleza, explorando las diversas vetas creativas y personales. Con la actuación siento que empecé un camino nuevo y así lo encaro, con mucha humildad, entrega y entusiasmo”, concluye.
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