«Hay algo que está ocurriendo con las comunidades andinas, es un momento de luz. Durante muchos años todos mirábamos a Oriente, con la meditación y demás… Ahora es el momento de las montañas”, sostiene Carmela Irizar. Quien hace poco más de un año, junto a Florencia Cacciabue y Aída Sirinian, empezó a delinear un viaje textil al norte argentino. Hoy las socias están preparando las valijas para la tercera excursión que será a fines de agosto con un grupo de 10 viajeras. “El proyecto surgió naturalmente, como si la tierra nos invitara”, cuenta Cacciabue y sigue: “teníamos que responder a ese llamado. Fuimos las tres y empezamos a contactar artesanos que nos presentaron a otras personas. Hablábamos con maestros de la comunidad y les contábamos que íbamos a volver. Seguimos trabajando con esas artesanas que nos comparten su sabiduría”.
«Uno tiene que estar abierto a entender el urdido y la trama, algo que al mismo tiempo ayuda a comprender un modo de estar en la vida»
Ya que la convocatoria es federal (incluso hay quienes llegan de Uruguay para vivir esta experiencia), el punto de encuentro es San Salvador de Jujuy. De ahí el grupo parte a la quebrada, mas precisamente a la Casa del Tantanakuy en Humahuaca. “Es el hogar de Jaime Torres, ahí funciona un espacio cultural y durante una semana es el lugar donde dormimos, tenemos talleres y compartimos momentos de comunidad”, cuentan. Una vez instaladas comienzan los talleres y las tareas: cosechar vegetales que se convertirán en tintes, armar las madejas -no sólo las que usarán durante su estadía sino muchas más que donan para los talleres del lugar- y, por fin, empezar a entrelazar hilos e ideas. “Estar allá suma algo interesante: la Quebrada es un lugar turístico al que sumamos el recorrido textil. Esto no quiere decir que para disfrutarlo haya que ser diseñador o tejedor sino que uno tiene que estar abierto a entender el urdido y la trama, algo que al mismo tiempo ayuda a comprender un modo de estar en la vida. Así nos lo enseñan las artesanas que están paradas en el mundo con ese hacer”, sostiene Irizar. El tejido se realiza en bastidores de mesa que cada una recibe al llegar. “Hacemos una pieza similar a un pelero -que se usa como montura- pero del tamaño de un almohadón”, cuenta Irizar. Y enseguida aclaran que el viaje no es sólo trabajo: hay tiempo para recorrer las montañas, ver cada puesto de la feria (incluso para alejarse de la plaza y descubrir artesanos fuera del circuito turístico), compartir almuerzos y charlas. “Nos importa cuidar este espacio de intercambio porque durante las horas de trabajo estamos a full y muy atentas a lo que las artesanas nos quieren dar”, explican. Se sienten afortunadas por las personas con las que se fueron cruzando y sostienen que es un viaje transformador. “El camino nos fue poniendo gente que nos enseñó a mirar: ver más allá, buscar otros horizontes. Nos topamos con próceres de la artesanía”, dicen en un tono calmado, que deja traslucir la paz de esos paisajes que dan nombre al proyecto: Abra textil. El abra es un surco entre montañas y lo textil remite no sólo a los tejidos sino al texto, el relato.
“Ernestina Alejo lleva adelante el tejido como forma de vida. Está ávida por enseñar lo que sabe y transmite su saber con una gran generosidad”
“Es entre viaje y viaje donde ocurren las mejores cosas, aparecen los nutrientes”, justifican al tiempo que recuerdan su primera experiencia, cuando conocieron a Ernestina Alejo y ella les explicó que era una descampada, es decir, una artesana que no trabaja bajo el paraguas de una organización sino de modo independiente y que las recibe cada vez en su casa para enseñar -haciendo- lo que ella sabe de tramas y urdimbres. “Ella teje con sus hijas y lleva adelante el tejido como forma de vida, como una buena porción de mujeres del norte. Está ávida por enseñar lo que sabe y transmite su saber con una gran generosidad”. Otro de los talleres lo da Aurelia Motial. “A ella le pedimos que nos enseñe y nos dijo que no tiene teoría, que se aprende haciendo y así nos transmite su saber”, señala Cacciabue.
La propuesta es disfrutar de unas vacaciones distintas, en las que no faltan las humitas, los tamales o los guisos de quínoa; con paseos para admirar los colores de la quebrada y ratos para disfrutar del dolce far niente. “El objetivo es compartir el hacer. Usamos un hashtag que es #ManosQueHacen, creemos que todo tiene que ver con eso: las ganas de realizar. No hay un hacer bien o mal, sino que la clave es entender que se construye en la acción, como en la propia vida”, dicen conscientes de que esta forma de viajar es abrirse a una transformación interior.
La paleta del pintor
Tras un encuentro en el que Patricia Alejo, una de las maestras, muestra a los visitantes cuáles son las plantas de la zona que sirven para tintes el grupo sale a cosechar cochinilla, repollo, cebolla, cúrcuma y otras raíces y hojas para colorear la lana. Especialista en tinturas y estampas, Cacciabue relata algo que aprendió en estas travesías: “Empezamos a teñir esperando obtener un color y no sale. Las artesanas usan la expresión: ‘está queriendo ser’ de tal tono o de otra forma. Eso es una gran lección: aceptar lo que sucede. Aprendí a teñir con un químico, todo era prefectamente calculado. Allá todo es aproximado. Implica estar atento, desestructurarse, aprender con respeto: qué cosechar, cómo y hasta dónde, cuidando siempre de la naturaleza”.
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